miércoles, 27 de febrero de 2008
Información y democracia
Información y democracia
REFORMA, FEB. 14-08
La lucha por abrir el espectro radioeléctrico a la pluralidad democrática aún está por darse. Y todo indica que sera "la madre de todas las batallas"
Retroceso
La joven democracia mexicana en vez de cumplir con condiciones indispensables para consolidarse y avanzar muestra ya signos de retroceso.
Indicadores significativos de la marcha atrás en materia democrática hay varios. El más reciente se tiene en la manera y resultado de la elección del presidente y de un par de consejeros del Instituto Federal Electoral (IFE). Al final, los legisladores no se ciñeron a sus propias reglas: eligieron no a quienes habían obtenido las mejores notas en un muy peculiar examen al que sometieron a los candidatos, sino a tres que estaban entre los que no sobresalieron -¡lugares 21, 31 y 35 de un total de 39!- pero que satisfacían las agendas particulares de los partidos. Es evidente que lo realmente importante de ese proceso no fue recuperar la calidad y autoridad del IFE sino asegurar para los partidos el control de una institución cuya esencia debe ser la independencia.
Otro indicador reciente de un retroceso en materia de consolidación de nuestra vida democrática y plural es el silenciamiento al que sigue sometida la conductora de radio y televisión Carmen Aristegui. Su ejemplo muestra cómo uno de los miembros del duopolio de la televisión -en este caso, Televisa y su socio español en la radio, Prisa- está en posibilidad de controlar la difusión de noticias en detrimento de la diversidad política.
Silenciar
El "caso Aristegui" se ha convertido en símbolo de lo que está mal en esa área tan vital para el acceso del ciudadano a una pluralidad de fuentes de información en materia política. Lo que le sucede a Carmen -su exclusión de la radio donde su independencia molestó a la empresa que la contrató, no obstante su alto rating- muestra las consecuencias de una ausencia de pluralidad en los medios electrónicos. De acuerdo con una encuesta nacional de Parametría, levantada entre el 26 y el 27 de enero, el 48 por ciento de las personas encuestadas sabía de la existencia de Carmen Aristegui, y de éstos el 71 por ciento tenía una opinión positiva de la comunicadora. No fue por razones de mercado que su contrato dejó de renovarse.
De los encuestados que sabían quién era Aristegui, sólo el 9 por ciento se había enterado que W Radio la había dejado fuera del aire a partir del 4 del mes pasado. Y eso no es todo; a pesar de que para entonces la afectada y muchos comentaristas habían dejado en claro que el programa Hoy por Hoy había desaparecido de W Radio por una decisión de los directivos de esa organización, apenas la mitad lo sabía. La otra mitad suponía que lo había hecho por razones personales.
La desinformació n en torno al "caso Aristegui" que detectó esta encuesta es todo un indicador del problema que aquí se está discutiendo. Debe resaltarse que la falta de conocimiento del público en torno al caso se explica por la falta de pluralismo en la información. Quienes cerraron las puertas de la radio a Carmen son también los mismos que dominan la televisión abierta -fuente principal o única de información política para la mayoría de los mexicanos. Ninguna de las dos cadenas de televisión que constituyen el duopolio mexicano en este campo se interesó en dar al público información y análisis al respecto. El resultado final es que los censores tuvieron éxito en reducir al máximo el impacto de su historia de censura, lo que habla muy mal del estado que guarda nuestra pluralidad de información.
El significado de fondo
Al abordar el tema de la censura y la información o cualquiera otro de igual importancia política conviene empezar recurriendo a los clásicos. En este caso, es particularmente apropiado echar mano de Robert A. Dahl, un notable politólogo norteamericano, autor del libro On Democracy (New Haven, Yale University Press, 2000).
Dahl, al examinar los requisitos para el buen funcionamiento de una democracia contemporánea, encuentra que son seis los momentos e instituciones indispensables: 1) la elección de los responsables de la toma de decisiones del Estado, 2) que esas elecciones sean libres, equitativas y frecuentes, 3) libertad y autonomía de asociación de los ciudadanos, 4) un concepto de ciudadanía incluyente, 5) libertad de expresión y 6) fuentes alternativas de información.
Estas dos últimas instancias son las que interesan para el caso que nos ocupa. Resulta que, en la práctica, la libertad de expresión está condicionada precisamente por el sexto elemento de la lista: las fuentes alternativas de información. Justamente por lo cerrado del círculo que domina los medios de información es que Carmen hoy no puede ejercer su libertad de seleccionar, analizar y difundir las noticias -libertad que le ha permitido lograr el alto grado de popularidad que revela la encuesta citada- para los ciudadanos que la habían preferido a ella por sobre otros. Por tanto, también fue vulnerado el derecho de los ciudadanos a tener la información que buscan.
Volvamos a Dahl. Para él, la libertad de expresión tiene que ver con el derecho de cualquier ciudadano a emitir sin represalias opiniones políticas críticas tanto de funcionarios públicos como del gobierno, el régimen, el orden socioeconómico y la ideología dominante. Justamente la ausencia de Aristegui del aire en México se explica por su ejercicio de la crítica en casos concretos en todos los órdenes señalados por Dahl. Lo hizo al abordar asuntos como las acciones del Ejército en Zongolica, la violación de las garantías individuales de la periodista Lydia Cacho y sus consecuencias, el haber abierto espacios al opositor más significativo del gobierno -Andrés Manuel López Obrador- o al analizar el contenido y forma en que se elaboró la llamada "Ley Televisa", entre otros.
Por lo que se refiere a la información, Dahl sostiene que en la democracia: "los ciudadanos tienen el derecho de buscar fuentes alternativas e independientes de información de otros ciudadanos, de expertos, periódicos, revistas, libros, telecomunicaciones y similares. Además, éstas no deben de estar bajo el control del gobierno o de un solo grupo político que intente influir en las creencias y actitudes del público y deben de estar protegidas de manera efectiva por la ley". (p. 86).
Es evidente que estas condiciones no se cumplen o se cumplen mal en el caso mexicano. De acuerdo con un documento de la Comisión Federal de Competencia del 28 de noviembre del 2006, de las 457 estaciones concesionadas de televisión abierta, el Grupo Televisa controlaba 243 y Televisión Azteca 179, es decir 422 entre ambos, lo que equivalía al 92.3 por ciento del total. De esta manera, la fuente principal de información política de los mexicanos está dominada por sólo dos empresas que en el 2005 se repartían así la audiencia: 68.5 por ciento para Grupo Televisa y 28.3 por ciento para Televisión Azteca. El gasto total en publicidad en televisión abierta en el 2005 fue de 26 mil millones de pesos, de los cuales Televisa se llevó el 71.2 por ciento.
La radio es la segunda fuente de información de los mexicanos y aunque su propiedad no está tan brutalmente concentrada como la televisión, también lo está y Televisa tampoco está ausente de este campo. En el 2003 se calculó que cuatro cadenas controlaban el 47.8 por ciento de las emisoras del país. Y si se cuenta por familia, entonces apenas son 14 las que tienen en sus manos el 76 por ciento del sector comercial de la radio (Proceso, 20 de abril, 2003).
Posibilidad y problema
De acuerdo con lo afirmado por el ex senador Javier Corral en una reunión en El Colegio de México el 6 de febrero -Corral es uno de los personajes que encabezan el esfuerzo por modificar la estructura legal en materia de radio y televisión-, la concentración de la propiedad en televisión en México es una de las mayores del mundo si no es que la mayor. Desde luego, en ninguna otra ciudad del planeta, salvo la Ciudad de México, una sola empresa de televisión abierta tiene cuatro señales.
La consolidación de la democracia, la efectividad de los derechos de información del ciudadano, el uso adecuado de un bien público, como es el espectro radioeléctrico, requieren la modificación de esta situación. Cuando el año pasado la Suprema Corte de Justicia echó por tierra a la llamada "Ley Televisa" abrió, a la vez, la posibilidad de una nueva ley de radio y televisión a la altura de los tiempos. Sin embargo, en la reunión ya citada que hubo en El Colegio de México, Julio Di-Bella, secretario técnico del grupo que en el Senado está trabajando en torno al tema, advirtió que son muy fuertes las presiones de los intereses creados.
Todo indica que la batalla para abrir el espectro radioeléctrico a la pluralidad que la democracia real demanda aún está por darse. Y si se diera, bien podría ser que presenciemos "la madre de todas las batallas" en este campo.
La derecha grande
Lorenzo Meyer
REFORMA FEB. 7-08
En Estados Unidos la madre de todas las derechas ha perdido empuje y eso puede reflejarse en las derechas subsidiarias, como la mexicana
El tema
Por buen tiempo ya, pero especialmente a partir de la desintegració n de la Unión Soviética, la derecha norteamericana ha sido la fuerza política dominante en su país y, en gran medida, en el sistema internacional. Para los 1980, la mayoría de los partidos conservadores del mundo había asumido como propios los valores y la agenda de su contraparte en Estados Unidos. Sin embargo, esa derecha asentada en Washington -la derecha grande- está sumida en una crisis como resultado del estrepitoso fracaso en su conducción de la política interna y externa. Las posibilidades de una derrota del Partido Republicano en las elecciones del 2008 son altas. De ser el caso, todas las fuerzas conservadoras del planeta, incluidas las mexicanas, se verán afectadas de alguna forma.
Desde el inicio de la vida nacional, la derecha mexicana -igual que la izquierda- ha dependido, hasta cierto punto, de su contraparte externa. La liga de nuestros conservadores con el exterior ha sido básicamente de carácter ideológico y político, pues por lo que hace a recursos económicos los tiene de sobra.
No hay una definición universalmente aceptada de derecha -ni de izquierda- pero en la práctica se le puede identificar sin gran dificultad. Esa identificació n depende básicamente del contexto, de la posición que los actores políticos tomen sobre temas que polarizan: los derechos de propiedad, la política fiscal, laboral, social o de redistribució n, el intervencionismo del Estado, la privatización, el nacionalismo, los derechos humanos o de las minorías, la religiosidad pública, etcétera. En cualquier caso, derecha es quien pone más obstáculos al cambio social -salvo cuando éste es regresivo-, mayor énfasis en la obediencia y en las estructuras de autoridad y menos en la participación.
La derecha americana: su evolución
En el siglo XX, todos los gobiernos norteamericanos hicieron de la lucha contra el socialismo una causa central. Sin embargo, dentro de ese conservadurismo hubo diferencias notables, al punto que tiene sentido hablar de una "izquierda dentro de la derecha", al igual que en la Rusia soviética se habló de una "derecha" dentro del comunismo. Así, el presidente imperialista Teodoro Roosevelt (1901-1909) se enfrentó a los monopolios petroleros y tabacaleros, y poco después Woodrow Wilson (1913-1921) y su "Nueva Libertad" tuvieron rasgos populistas. Más tarde, la administració n de Franklin D. Roosevelt (1933-1945) sentó, con su "Nuevo Trato", las bases para una política francamente populista que le permitió ganar la Segunda Guerra Mundial, disminuir las grandes diferencias de ingreso entre las clases sociales y dar carta de naturalizació n al Estado Benefactor. La herencia rooseveltiana no pudo ser destruida por los gobiernos conservadores de Dwight Eisenhower (1953-1961), Richard Nixon (1969-1974) o de Gerald Ford (1974-1977). Sin embargo, a partir de los años ochenta las cosas cambiaron y mucho.
Fue el presidente Ronald Reagan (1981-1989) quien finalmente restableció plenamente la visión republicana más conservadora, abiertamente derechista, en la Casa Blanca. Fue también bajo su mandato que Estados Unidos ganó definitivamente la "Guerra Fría" y un par de años después, en 1991, la propia Unión Soviética desapareció. El interregno de los demócratas encabezados por William Clinton (1993-2001) sólo sirvió para que los líderes intelectuales "neoconservadores" , desbordantes ya de optimismo y seguridad en sus principios y esquemas, prepararan el asalto ya no al poder sino al cielo mismo. Bajo un supuesto "fin de la historia" (Francis Fukuyama, 1992), la derecha radical norteamericana quiso suponer que el triunfo de la democracia liberal y del mercado (neoliberalismo) sobre el socialismo real significaba también que el proceso político de la humanidad había llegado a su meta. Desde esta perspectiva, el siglo XXI ya sólo iba a significar el perfeccionamiento y la expansión de los elementos centrales del sistema político norteamericano.
Del Reich neoliberal de los mil años al gran fracaso
El triunfo de George W. Bush -y del tortuoso vicepresidente Richard Cheney- en las elecciones norteamericanas de 2001 no fue el inicio de la construcción del dominio largo del conservadurismo norteamericano sino el inicio de la crisis para la derecha grande. El principio del fin del proyecto neoconservador detonó no al interior de Estados Unidos sino fuera, como resultado del fracaso en su intento de rediseñar la estructura política del Medio Oriente -punto de partida de un ambicioso proyecto imperial de alcance global- mediante la invasión de Iraq.
La invasión de Iraq -acción unilateral en extremo de los neoconservadores nortea-mericanos- fue planeada bajo el supuesto que era legítimo, viable y de poco costo para la única superpotencia, introducir en cualquier punto de la periferia la democracia liberal desde afuera y desde arriba, incluso en regiones que nunca la habían experimentado. La acción fue formalmente justificada con supuestos que desde el inicio eran dudosos -la alianza de la dictadura laica de Bagdad con el extremismo religioso islámico de Al Qaeda y la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq- pero que muy pronto demostraron ser descarnadamente falsos a la vez que la resistencia iraquí resultó más fuerte de lo esperado. El desastre norteamericano en Mesopotamia resultó tan grande como la soberbia imperial que lo fabricó, aunque su costo lo han pagado menos los norteamericanos y más, mucho más, los iraquíes.
Dentro de Estados Unidos, el proyecto social de la derecha se tradujo en el dominio de los grupos de interés y en un crecimiento de la distancia entre las clases populares y medias, por un lado, y los "súper ricos" -la minoría beneficiada por una política fiscal descaradamente inequitativa- , por el otro. Como resultado, el golfo que separa a los privilegiados del resto de la sociedad es tan grande hoy como el que existía hace un siglo. Y para completar el cuadro hay que añadir la irresponsabilidad de la política crediticia y el fracaso de la "magia del mercado". El abuso en los créditos hipotecarios acabó con la bonanza en la industria de la construcción, golpeó al corazón del sistema bancario, bajó el ritmo de crecimiento de la economía y amenaza con llevar a Estados Unidos y a otros países -al nuestro entre ellos- a una recesión. Así, no extraña que la última encuesta de opinión en Estados Unidos (Wall Street Journal-NBC) muestre que sólo el 19 por ciento de los entrevistados considere que su país marcha bien.
¿La debacle?
Las pasadas elecciones legislativas en Estados Unidos y el proceso en curso para elegir al sucesor de George W. Bush han precipitado la crisis del Partido Republicano, el centro vital de la derecha norteamericana. Hoy, los republicanos más conservadores simplemente no tienen un candidato claro y viable; el senador John McCain, por ejemplo, pudiera ser viable pero no pertenece al núcleo duro de la derecha.
En el Partido Republicano huelen una posible derrota, no sólo electoral, sino del gran proyecto de hacer al mundo a imagen y semejanza, y eso empieza a producir divisiones y desmoralizació n. Dentro de las filas republicanas, tanto algunos líderes como algunos militantes aceptan que han fallado y que están fuera de sintonía con las preocupaciones y prioridades de la mayoría norteamericana (véase a Ramesh Ponnuru y Richard Lowry, "The Grim Truth", National Review, 19 de noviembre, 2007).
Ciertos republicanos como David Frum proponen, como solución, un "conservadurismo verde", uno que se dedique a responder a las demandas y necesidades de la clase media, de los que no tienen seguro médico, que haga suyas las agendas de los ecologistas a la vez que sostener la defensa de sus posiciones tradicionales -su oposición al aborto, por ejemplo- con un tono menos estridente, usar más de la persuasión que de la coerción. En fin, que esa corriente ve la salida en una especie de ¡izquierdizació n de la derecha! (citado por Michael Tomasky, The New York Review of Books, 17 de enero, 2008).
Efecto
Si los procesos políticos en marcha en Estados Unidos -el nido de la derecha grande- siguen por donde van y las tendencias que tomaron fuerza bajo Reagan llegan a su fin con Bush hijo, entonces las derechas pequeñas -¿enanas?- de la periferia, como la mexicana, pueden perder empuje y confianza, al menos en el plano ideológico. Claro, nada es de esto es seguro y, en todo caso, estos procesos son lentos y contradictorios, sus efectos toman tiempo y el tiempo hace pagar un precio alto a aquellos que les ha tocado permanecer en el lugar de los perdedores en el reparto de costos y beneficios del esfuerzo colectivo
Democratización sin pasado propicio
Democratización sin pasado propicio
REFORMA- ENERO 17-08
Si historia es destino, entonces el futuro de nuestra democracia es muy inciertoRegresión
A más de siete años de la salida del PRI de "Los Pinos", es claro que la supuesta democratizació n mexicana no avanza como se suponía. Es más, existe la posibilidad de que en vez de consolidación real, México termine con un régimen híbrido, mezcla del viejo autoritarismo con ciertos rasgos de democracia, que finalmente carezca de la energía para sacar al país del estancamiento en la mediocridad.
El indicador más reciente de que las cosas no marchan como debieran es la supresión de un espacio informativo crítico en la radio, el de Carmen Aristegui, por presiones de empresarios y malestar de políticos. Otro no muy lejano es la decisión de la Suprema Corte de no considerar que un gobernador, el de Puebla, violó las garantías individuales de una periodista que denunció los abusos de pederastas con poder económico y político. Otro más: la descomposició n de la supuesta "joya de la corona" del sistema electoral mexicano, el Instituto Federal Electoral, así como la corrupción en las compras del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Y la lista sigue: la reactivación de la guerrilla -el EPR-, la agudización de la violencia del narcotráfico, etcétera. Sin embargo, la muestra más preocupante de la falla en el proceso político mexicano sigue siendo la persistencia de la polarización; la no aceptación del resultado electoral del 2006 por una parte de la ciudadanía.
Una hipótesis
Hace más de 40 años, un clásico de la sociología política comparada, Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia (Península, Barcelona, 1973 [1966]) de Barrington Moore Jr., puso de manifiesto lo peculiar de las circunstancias históricas que habían dado lugar a las primeras grandes democracias. Comparando, por ejemplo, a Inglaterra con Alemania en sus procesos de industrializació n, resaltó la fuerza de la burguesía en la primera y su debilidad en la segunda. Esa diferencia llevó a Alemania a una dictadura y a la democracia en Inglaterra.
En años más recientes, Fareed Zakaria, un conocido analista en Estados Unidos de origen hindú, puso al día la tesis de Moore -"sin burguesía no hay democracia"- de manera más radical y examinando nuevamente el proceso histórico de Inglaterra y de su descendiente político más directo, Estado Unidos. De ese análisis histórico -que no incompatible con el marxista-, Zakaria concluye que el establecimiento exitoso de una democracia política en ciertos países de Occidente tuvo como antecedente necesario un largo periodo no democrático pero donde maduró el constitucionalismo liberal (The Future of Freedom. Illiberal Democracy at Home and Abroad, Nueva York, Norton, 2004). Su tesis es que la democracia nació en el siglo XX como resultado de la evolución del constitucionalismo enmarcado en una ideología liberal, burguesa.
Es importante entender en qué consiste ese constitucionalismo liberal que tanto estima Zakaria, un autor que bien puede ser considerado conservador, pero cuyo análisis puede servir para entender algunos de nuestros problemas. La democracia política moderna surgió en Occidente como resultado de la división constitucional de los poderes y de la existencia de una pluralidad de actores que, como la burguesía, pero antes las iglesias y luego los sindicatos, la prensa, los partidos o las ONG, pudieron confrontar y limitar el poder del monarca y de un Estado que, sin contrapesos, hubiera concentrado el poder para estancarse en el absolutismo.
El constitucionalismo liberal está basado en el supuesto de la supremacía de la ley -el Estado de derecho, una herencia romana- como la mejor manera de permitir el ejercicio de los derechos primero de la nobleza y de los pueblos medievales frente a sus respectivos señores y, más adelante, de los burgueses. De ahí se pasó a la separación de los poderes al estilo propuesto por Montesquieu. La promulgación de la "Carta Magna" inglesa entre 1215 y 1225 es un hito del proceso: "ningún hombre libre podrá... ser puesto en prisión o privado de sus bienes... excepto mediante un juicio legal de sus pares o por disposición de la ley vigente". La evolución de esos primeros límites al poder monárquico desembocó, en la época burguesa, en la supremacía de la ley, la libertad de palabra y de reunión y organización hasta llegar a la democracia actual.
Examinando el proceso, resulta que el orden de los factores resultó importante, pues sin la aparición del Estado de derecho liberal -una necesaria protección a la propiedad en el capitalismo- las prerrogativas individuales no se habrían afirmado al punto de permitir la aún novedosa democracia.
Para Zakaria, historia es destino o casi. La historia explica la desafortunada situación actual de muchas naciones que en el amplio mundo periférico han intentado dar un salto histórico y establecer por primera vez democracia y libertad, pero que han desembocado en una falsa democracia, el desencanto, la ingobernabilidad, la violencia y nuevas formas de tiranía.
Nuestra historia
En el México colonial había, por definición, pocos rasgos de democracia y si bien se dio una enorme producción y acumulación de legislación que hoy puede examinarse en el Archivo de Indias, la protección de los derechos individuales frente al Estado fue muy relativa. Es verdad que también existió una cierta división de poderes, por ejemplo, entre el virrey, la Audiencia, la Iglesia y las corporaciones, pero finalmente el elemento liberal en lo económico y lo político fue muy débil comparado con el inglés y con nuestro vecino del norte: Estados Unidos.
El siglo XIX fue, en teoría, la gran oportunidad mexicana de ponerse al corriente en materia de constitucionalismo, Estado de derecho y liberalismo, así como en democracia política. Sin embargo, la ausencia inicial de un sentido de comunidad nacional y la dura resistencia de ciertos elementos del antiguo régimen -en particular la Iglesia y el Ejército pero también las comunidades indígenas- combinadas con la guerra civil, la carencia de un auténtico mercado nacional y, por tanto, de una burguesía fuerte, moderna y segura de sí misma, llevaron a que en el México de la República Restaurada no se diera una condición de constitucionalismo liberal bona fide ni tampoco la supuesta democracia que suponía la Constitución de 1857.
El primer medio siglo de vida independiente mexicana puede interpretarse como un largo reajuste político y luego vendría el régimen porfirista. Se trató de una dictadura relativamente paternalista y con rasgos de liberalismo económico, pero finalmente un espacio hostil al Estado de derecho y poco propicio para el desarrollo del individualismo y de una burguesía nacional fuerte, capaz de someterse a los principios constitucionales para poder plantarle cara al gobierno.
Al porfiriato le seguiría, otra vez, un periodo de intensa lucha civil e ingobernabilidad que desembocó en un sistema con un marco formal democrático -la Constitución de 1917- pero que, en la práctica, sería un autoritarismo presidencial basado en un partido de Estado y organizaciones corporativas. Ese sistema fue antagónico al Estado de derecho y subordinó los derechos individuales y colectivos a los intereses y proyectos de la institución presidencial y de la clase política que creció alrededor de esa Presidencia y de su complejo paraestatal.
El presente
El de México fue el régimen autoritario más exitoso del mundo en el siglo XX porque supo mantener el pluralismo político casi tan limitado como lo tuvo el porfiriato que, a su vez, lo que hizo fue adaptar a sus circunstancias la herencia colonial de ausencia de fuerzas sociales y económicas que confrontaran al Estado en nombre del ciudadano. Sin embargo, ese éxito del PRI significó, en términos de Zakaria, prolongar la ausencia de esos actores históricos que son indispensables para los equilibrios entre sociedad, Estado e individuo que la democracia moderna necesita para echar raíces.
La gran cuestión a resolver en México hoy ya no es lograr una multiplicidad de actores políticos -ya existen-, sino hacer que el juego entre ellos y frente al Estado se rija por el respeto a normas que por tanto tiempo nos fueron ajenas: las del constitucionalismo. Hoy, el Estado de derecho sigue siendo una ficción cuando los monopolios sobreviven pese a su condena en la Constitución, cuando la Suprema Corte es incapaz de encarar las represalias de un gobernador contra el ciudadano que denuncia ilegalidades o cuando los dueños de la radio pueden silenciar impunemente a las voces políticamente incómodas.
En resumen, la lucha de la democracia política mexicana es a contrapelo de su historia; puede llegar a triunfar, pero su marcha será particularmente difícil e incierta.
Carmen
Lorenzo Meyer enero 10-08
Carmen
La ausencia de Carmen Aristegui de la radio beneficia a intereses muy específicos y perjudica al lánguido pluralismo mexicano
-Incompatibilidad de éticas
La Carmen a la que se refiere esta columna no es la de la ópera de Georges Bizet sino la nuestra, Carmen Aristegui. Y, sin embargo, a semejanza del efecto que originalmente produjo la obra del compositor francés -su realismo escandalizó a los conservadores-, la conductora mexicana de noticias también parece destinada a producir un efecto de irritación entre los conservadores.
Radiópolis, la empresa con la que Carmen Aristegui tenía firmado un contrato, decidió no renovarlo porque el "modelo editorial" manejado por la conductora -un modelo exitoso en términos de audiencia y de ética- chocaba con el que busca imponer ahora el consorcio formado por Televisa y el español Grupo Prisa (editorial Santillana, El País, etcétera). Así, la semana pasada, W Radio acabó con el noticiero Hoy por Hoy no obstante que, como lo subrayara su conductora, "Nos vamos cuando nuestros registros de audiencia eran los más altos".
¿Desde cuándo una empresa radiofónica considera incompatibles sus "modelos" con un buen rating? Una respuesta posible: cuando el éxito de una personalidad fuerte en la difusión y análisis de las noticias choca con la naturaleza histórica de uno de los socios de la empresa -Televisa- y con los proyectos económicos mayores del otro socio, proyectos que requieren el visto bueno de un gobierno que, como el actual, se molesta por el tipo de noticias y análisis que caracterizó a Hoy por Hoy.
Quienes controlan a W Radio no llegaron a explicar la naturaleza de la incompatibilidad del modelo editorial de Carmen con el que ahora seguirán Televisa y su socio español. Sin embargo, un par de cosas son claras. Primero, "el modelo Aristegui" es muy personal, público y bien conocido por quienes a lo largo de los años le han escuchado. Segundo, a Carmen se le ofreció continuar a condición de "aceptar un modelo donde las decisiones editoriales no estuvieran a mi cargo" (Proceso, 6 de enero, 2008), es decir, a condición de que la conductora aportara sólo la forma y la empresa la sustancia.
Cuando La W designe al sustituto de Carmen se podrá constatar la naturaleza del nuevo "modelo" para la selección y el comentario de la información cotidiana. Sin embargo, la ya larga historia de Televisa permite desde ahora suponer las razones de la inadecuación entre un consorcio que históricamente ha estado al servicio de sí mismo y luego del poder en turno y una periodista cuya biografía está caracterizada por la poco común combinación de excelencia profesional con independencia y, sobre todo, por el apego a la ética del periodismo: respeto por la veracidad, oportunidad y contexto de la noticia.
Tampoco es difícil explicar la incompatibilidad entre la línea editorial del equipo de Aristegui y el consorcio español, interesado en lograr acceso directo al poder político, de otra manera no se explica que el periódico de ese grupo -El País- se haya volcado en críticas a Andrés Manuel López Obrador una vez que éste fue declarado perdedor de la elección del 2006 o que posteriormente contratara al cuñado de Felipe Calderón, Juan Ignacio Zavala, en una maniobra que se asemeja al tráfico o, más bien, a la compra de influencias.
-Las campanas vuelven a doblar
Con la desaparición de Hoy por Hoy algunas campanas están volviendo a doblar por una muerte más en el campo de la libre expresión, la crítica y el pluralismo. Obviamente esas campanas no tocan sólo por Carmen y su equipo, sino, sobre todo, por el golpe que los intereses creados, nacionales y extranjeros, le han propinado en el campo de la información masiva al muy débil pluralismo político mexicano.
El acceso a una información cotidiana bien seleccionada y argumentada, presentada con oportunidad, sentido del interés ciudadano y analizada en sus contextos relevantes permite crear y sostener una opinión pública vigorosa y, por ende, capaz de influir en las decisiones y conductas de las instituciones públicas. Sólo adquiriendo un conocimiento detallado y relativamente profundo de los temas políticos y contrastando las interpretaciones sobre los mismos, el ciudadano está en posibilidad de hacer valer sus intereses individuales, de grupo y de clase. Sin esa información y contraste, el valor del sufragio disminuye hasta desaparecer.
En México, más del 60 por ciento del público tiene como única fuente de información una televisión dominada por un duopolio abiertamente parcial en favor de los intereses creados, del statu quo. En el otro extremo está la prensa escrita, donde se encuentran las noticias detalladas y un arco iris de interpretaciones, pero que sólo es consultada por una auténtica minoría. En semejante situación, la radio aparece como el único medio masivo donde un periodismo independiente puede intentar neutralizar la feroz y sistemática parcialidad informativa de la televisión, de ahí la importancia de espacios como el que acaba de cerrarse en W Radio.
Televisa y Televisión Azteca elaboran una gama de noticieros que, históricamente, han estado al servicio de ellas mismas, del gobierno y de los intereses de las grandes concentraciones de capital. Una buena parte de la radio sigue o se somete al modelo dominante en la televisión y apenas un puñado de equipos en ese espacio se han sustraído a esa manipulación. Es dentro de esa minoría que Carmen Aristegui destacó. Y pudo hacerlo desde instalaciones que no le pertenecían -desde Televisa- porque contó con el apoyo de Prisa, dueña de la mitad de las acciones de Radiópolis. Pero ese apoyo se acabó y el grupo español entregó la cabeza de la conductora a quien la había deseado de tiempo atrás: a su socio mexicano, decisión que no debió desagradar a un gobierno cuya base política es débil y se siente amenazado por la información presentada en un contexto independiente y crítico.
-Incompatibilidad
En México no tienen arraigo las posiciones independientes en los medios masivos de información. Sin embargo, y como resultado de la pérdida del monopolio del poder político del PRI y del empuje democrático global, la libertad informativa creció. Ahora bien, la polarización creada a raíz de las elecciones del 2006 y del debilitamiento relativo de la Presidencia y del Estado mismo ha llevado a que tanto "Los Pinos" como los grandes intereses que le respaldan hayan vuelto a ver con interés una vieja política priista: la de limitar las opciones en materia de información masiva.
A Televisa debió de haberle molestado, y mucho, la crítica de Carmen Aristegui al contenido de las leyes de telecomunicaciones y de radio y televisión (la llamada "Ley Televisa") que perpetuaban el duopolio en esa área en detrimento del interés general. La empresa televisiva también debió resentir las razones esgrimidas por la periodista en apoyo a los cambios sustantivos contenidos en el dictamen de la Suprema Corte (SCJN) en torno a la mencionada ley y en apoyo a una reforma electoral que redujo las posibilidades de gasto en televisión de los partidos políticos. A la Iglesia Católica no debió de hacerle mucha gracia la insistencia de Hoy por Hoy en abordar el tema de los curas pederastas. Obviamente, para el gobernador de Puebla el que Carmen sacara al aire su conversación telefónica con el empresario textilero Kamel Nacif fue un duro golpe, pues puso al descubierto la conspiración urdida por ambos personajes para perjudicar a la periodista Lydia Cacho por haber revelado la existencia de redes muy específicas de explotación sexual infantil. El gobierno de Oaxaca tampoco debió de ser indiferente a la cobertura que Carmen dio al conflicto del 2006 en ese estado.
La posición de Hoy por Hoy en torno a la votación mayoritaria en la SCJN que se negó a ver en lo sucedido a la señora Cacho una violación grave a sus garantías debió molestar a la mayoría de los ministros. Al airear las actividades durante el proceso electoral de la empresa de otro cuñado de Felipe Calderón en materia de información con valor electoral, la periodista tocó temas que el PAN hubiera preferido mantener fuera de la atención del público. "Los Pinos" y la Secretaría de la Defensa no debieron ver con buenos ojos el cuestionamiento de Carmen Aristegui en relación con la supuesta agresión de militares de una anciana indígena en Veracruz.
-Conclusión
La lista de información presentada en Hoy por Hoy que resultó incómoda para autoridades e intereses económicamente poderosos puede seguir. Y es justamente esa lista la que da la medida en que Aristegui cumplió con el marco ético del periodista. Hoy por hoy, lo que ganan Televisa, Prisa y los intereses a los que ambas sirven al silenciar a Carmen, lo pierde la incierta democracia mexicana.
miércoles, 2 de enero de 2008
Las Bocina
2 Ene. 08 (Reforma)
Algunas anécdotas trascienden lo inmediato y se convierten en metáforas de la existencia. Unas bocinas de Guadalajara me llevaron a empezar el 2008 pensando en la cultura cívica.
Regresé a mi natal Jalisco y constaté la capacidad que tienen los usos y costumbres del pasado para sobrevivir. Un entrañable amigo organizó una comida en su casa; está metida en la mancha urbana pero preserva el ambiente semirural. Antes de llegar a la sombra del árbol donde departiríamos ya sentía el impacto de la música a todo volumen que salía de unas bocinas colgadas en la casa del vecino. Era un recorrido interminable, sin interrupciones, por todos los estilos del folclore nacional.
Para los anfitriones era parte de la normalidad; para mí una agresión que impedía enhebrar recuerdos. Las bocinas se convirtieron en el tema y así supe que tenían años conviviendo con el ruido, que los vecinos prendían su aparato a las seis o siete de la mañana y lo apagaban a medianoche y que la única excepción se daba en los días festivos cuando empezaban antes y terminaban después. Me resultaba incomprensible que alguien con educación universitaria no defendiera sus derechos y exigiera reducir el volumen para, en caso contrario, llamar a la policía. Tras la resignación estaba la idea de que la defensa de un derecho es una agresión al otro; preferían acumular la rabia que podía explotar en cualquier momento. Ya en una ocasión, contaron, uno de sus hijos estuvo a punto de sacar el arma para tumbar a balazos los altavoces.
Abusé de la amistad y de los privilegios del huésped para insistir en lo inaceptable de la situación. Me ofrecí de voluntario para hablar a la policía o ir como embajador a solicitar silencio mencionando, de ser necesario, alguna justificación creíble; por ejemplo, que vivir en la capital me había alterado los nervios y que regresaba al terruño en busca de paz y tranquilidad. Después de varias evasivas el anfitrión se fue con el vecino a quien contó no sé que historia porque inmediatamente se redujo la contaminación auditiva. Sin la intromisión del ruido se inició una convivencia inolvidable por el festín de recuerdos y por la birria de chivo preparada en Poncitlán y acompañada de tortillas de maíz blanco.
Un incidente como éstos hubiera servido para ilustrar la paupérrima cultura cívica del México autoritario. En junio-julio de 1959 dos académicos estadounidenses, Gabriel Almond y Sidney Verba, levantaron en México la primera encuesta sobre cultura cívica. Encontraron una sociedad mal informada y contradictoria: estaba orgullosa de la Revolución Mexicana y respetaba al Presidente pero ponía distancia de la política y la autoridad por considerarlos arbitrarios y corruptos. Tampoco había disposición a participar en organismos sociales o confiar en los vecinos; el refugio estaba en la familia. Ambiente propicio para la pasividad y el cinismo.
El régimen fue cambiando gracias a las minorías organizadas que desencadenaron ciclos de intensa movilización social. En el 2008 se cumplen 20 años del fraude electoral de 1988 y son evidentes las transformaciones. Se resquebrajó el presidencialismo y el federalismo, es una realidad, y el país se abrió al mundo y por doquier observamos la alternancia. Jalisco ha asumido su identidad conservadora y es territorio panista y sus avenidas antes limpias ahora rebosan de plásticos mugrosos. Pese a los cambios el pasado se resiste a dejar el escenario. Ahora discutimos si hubo fraude en el 2006 y las cifras confirman la resistencia al cambio de los valores cívicos.
La participación ciudadana se retroalimenta con la confianza en instituciones dispuestas a tomar en cuenta las necesidades y demandas sociales. En México seguimos más cerca de 1959 que de la modernidad. Aquel año sólo el 30 por ciento estaba orgulloso del gobierno y las instituciones públicas; en el 2005 la Encuesta Mundial de Valores muestra un promedio idéntico. En el 59 sólo el 10 por ciento participaba en organismos ciudadanos y en el 2005, según una encuesta de Gobernación, sólo llegó a un modesto 15 por ciento. Con otras encuestas podría urdirse el tapiz de la desconfianza hacia la policía, el gobierno y los partidos y el mínimo interés hacia la política (El Almanaque Mexicano 2008).
Resulta increíble la anorexia de la cultura cívica. Entre las explicaciones más evidentes estarían lo magro de la lectura, la mala educación en las aulas y el trabajo de unos medios de comunicación interesados en crear ejércitos de consumidores conformistas en lugar de ciudadanos involucrados. Las minorías dispuestas a participar enfrentan obstáculos monumentales.
Para empezar, los partidos y los gobernantes tienen poco interés en la participación ciudadana independiente. Para demostrarlo estarían esas reformas electorales que ignoraron las candidaturas independientes, la iniciativa, el referéndum y el plebiscito. Estarían luego los riesgos asociados a la defensa de un derecho. Entre los muchísimos ejemplos que podría citar está el del Centro de Derechos Humanos de la diócesis de Saltillo que encabeza el obispo Raúl Vera. El centro se ha distinguido por su defensa de los familiares de los mineros muertos en Pasta de Conchos y de las trabajadoras sexuales violadas por miembros del Ejército. El 20 de diciembre recibieron como regalo navideño el asalto a sus instalaciones.
Que el 2007 fue el año de la impunidad se confirma con la inoperancia de los organismos públicos de derechos humanos y la indiferencia del gobierno de Felipe Calderón frente a los abusos a los derechos humanos. Ahí está como ejemplo la incapacidad de la Secretaría de Gobernación para presentar un borrador aceptable del Programa Nacional de Derechos Humanos.
Antes y ahora las mayorías pasivas y las minorías activas estamos a merced de esa trinidad creada por los monopolios, los delincuentes y los gobernantes. Si entre ellos compiten para ver cuál nos maltrata más, cualquier hijo de vecino hará retumbar sus bocinas. Constatarlo y reiterarlo debe servir para armar la agenda de la investigación, la divulgación y la acción del 2008. Los abusivos viven de los dejados.
La Miscelánea
Cuando terminaba el 2007 murió un ciudadano ejemplar. Rafael Ruiz Harrell era como un oso bondadoso. Su alegría de vivir y su calidez de amigo no le impedían escribir libros y columnas donde descarnaba las ineptitudes e iniquidades de los gobernantes. Se fue dejándonos una herencia de afecto y compromiso.
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